viernes, agosto 24, 2007

George Orwell y la revolución de uno mismo: LECCIONES DE UN SIGLO EN CENIZAS


Por: Jorge Alberto Hidalgo Toledo
Publicado en el libro: Forzán, J. A. y García Pavón, R. (2006). Tolkien y Orwell: Los mitos y el sentido de la historia, México: Publicaciones Cruz O., S. A.




Un escritor sólo puede mantenerse honesto si se aparta de las etiquetas partidistas.
George Orwell, Escritores y Leviatán





Los profetas ahondan en las profundidades del alma humana, los que predican lo hacen en la naturaleza de las cosas, de los días y las costumbres. George Orwell, como vocero de un mundo perdido, hace de sus predicciones un detalle; de la profecía, una derrota; de la utopía, una zona de influencia; de la antiutopia, una realidad que termina examinada como la ocupación del jardín vencido.

Con el nacimiento de las sociedades totalitarias, han muerto los recuerdos y las fábulas edificantes; con la muerte de Eric Arthur Blair, nace el verdadero George Orwell, el policía de las condenas, el asesino del sistema, el ensayista de las paradojas. En él, con él y de él, la vocación literaria se torna en activismo, en basta conciencia de la verdad y los peligros de la transformación social que se enfrenta con lo humano y la construcción de un mundo mejor.
¿Dónde se vuelve la vida letra y dónde la inconformidad resolución? El mismo Orwell nos responde: “Escribo porque hay alguna mentira que quiero dejar al descubierto, algún hecho sobre el que deseo llamar la atención. Y mi preocupación inicial es lograr que me oigan. Pero no podría realizar la tarea de escribir un libro, ni siquiera un largo artículo de revista, si no fuera también una experiencia estética. El que repase mi obra verá que aunque es propaganda directa contiene mucho de lo que un político profesional consideraría irrelevante. No soy capaz, ni me apetece, de abandonar por completo la visión del mundo que adquirí en mi infancia. Mientras siga vivo y con buena salud seguiré concediéndole mucha importancia al estilo en prosa, amando la superficie de la Tierra. Y complaciéndome en objetos sólidos y trozos de información inútil. De nada me serviría intentar suprimir ese aspecto mío. Mi tarea consiste en reconciliar mis arraigados gustos y aversiones con las actividades públicas, no individuales, que esta época nos obliga a todos a realizar”[1].
La literatura como actividad pública, como compromiso con la verdad… Las letras como arma contra el desencanto. Armas, ¡cuántas armas! Pero, ¿qué motivos tiene Orwell para disparar a traición contra la realidad? Y ahí, frente al paredón de la historia, lanza la condena: “por egoísmo agudo, entusiasmo estético, impulso histórico y propósito político”[2].
Así, su obra se tiñe de la perspectiva de su tiempo; tal como lo escribió Richard Rorty: “Orwell alcanzó el éxito, porque escribió los libros debidos exactamente en el momento debido”[3]. Pero veamos, ¿qué escribió?

Los primeros ensayos de un futuro espantoso
Orwell no describió el mundo de pesadilla del futuro –como muchos creen, sino el presente. Su ojo narrativo es el mismo que nos advierte (como el secretario de Defensa Rumsfeld, cuando anunciaba el comienzo de la guerra de Irak): “ahora vamos a empezar a decir mentiras”[4].
Mentiras porque la Historia va de acuerdo con lo que ellos (los sistemas totalitarios) creían que tendría que haber ocurrido y no de acuerdo con lo que realmente ocurrió. Sus libros, han sido escritos para combatir las mentiras de la propaganda.
Su lucha fue en muchos casos solitaria y sacrificada. Para él, no existía otra causa que la de la verdad. Verdad que él vio y vivió; “la verdad de la que pudo dar testimonio directo e irrefutable”[5].
Su vida se inicia casi como sus obras: como un brillante y apasionante relato de un escritor políticamente comprometido. Nace en Motihari, India y estudió en el Eton College de Inglaterra gracias a una beca. Prestó, de 1922 a 1927, sus servicios a la Policía Imperial India destinado en Birmania; fecha en que regresa a Inglaterra para abrirse camino como escritor. Ahí, vivió varios años en la pobreza, experiencia que le llevó a escribir su primer libro: Sin blanca en París y Londres (1933), en el que cuenta las sórdidas condiciones de vida de los despojados, de los sin hogar.
Tres experiencias fueron las que lo marcaron existencial y literariamente: primero como policía imperial y funcionario de un régimen opresor en Birmania; después como down-and-out en Inglaterra y París, donde conoció la falta de libertad que implica la pobreza; y finalmente, luchando contra el fascismo durante la Guerra Civil española, época en la que una bala atravesó su garganta y le fue revelado el terror y la duplicidad comunista que llevaban a cabo los rusos.
Fue en 1934, cuando decidió lanzar un feroz ataque contra el imperialismo y escribe Días en Birmania. Su posterior novela, La hija del reverendo (1935), contará la historia de una solterona infeliz que encuentra de manera efímera su liberación viviendo entre campesinos. Conocer la desgarradora vida de los mineros sin trabajo en el Norte de Inglaterra, lo movió a escribir El camino a Wigan Pier (1937). Su experiencia bélica en el ejército republicano durante la Guerra Civil Española, está patente en Homenaje a Cataluña (1938); su testimonio y alegato contra la represión republicana y los crímenes estalinistas. Una bocanada de aire, cuyo tema es la inminencia de la guerra, de sus implicaciones sin salida y la imposibilidad de un presente tranquilo, prefigura un futuro oscuro y desmoralizado. La traición de Stalin a la Revolución Rusa, será el eje de la alegoría satírica bautizada como Rebelión en la granja (1945), en la que se vislumbran las grandes críticas al totalitarismo que se consagrarán en 1984 (1948).
Lo que para muchos no es más que un pueril ejercicio de periodismo y futurismo, para otros se convierte en la antesala de la literatura que busca una transformación radical de la sociedad. Por diferentes motivos, hará de su voz, el grito revolucionario de los marginados, los pobres, los vagabundos, los huelguistas, la pequeña burguesía, los tenderos, los agricultores y los funcionarios de bajos ingresos. Desconfía de las ortodoxias, el individualismo, el socialismo y la democracia mal entendida. Su posición crítica se revela de la siguiente manera: “La alternativa a la que se enfrentan los seres humanos no es, por regla general, entre el bien y el mal, sino entre dos males. Podemos dejar que los nazis dominen el mundo: eso es malo; o podemos derrotarlo en una guerra que también es malo. No hay otra alternativa, y sea cual sea la que uno elija, no saldrá con las manos limpias”[6].
En ese espacio de aparente contradicción ética, se juega –para Orwell- el futuro de la civilización democrática. Sus textos, son el reflejo, de cómo la literatura es parte del derecho a una vida mejor. La rebeldía, el rechazo a las dictaduras y las desigualdades de los sistemas, no son mas que piezas claves y mesiánicas para alertar sobre los peligros de la época en que vivía.
Orwell no es un apocalíptico más sino un escritor consciente de la inmensa capacidad de los seres humanos para dominar y ser dominados. Su letra es advertencia; sus escenarios son territorio de combate; su compromiso: sola y únicamente con la verdad por encima de cualquier certeza, de cualquier persona, de cualquier mentalidad que prefiera ver con sus propios ojos un mundo frágil y despolitizado.

Como relámpagos que surgen de una desolada y gris condición
Quien hoy se pregunta, ¿por qué leer a Orwell ante la caída de todos los demonios que lo perseguían?, seguramente desconoce que se “puede hacer de la escritura política un arte”[7]; ignora que “la libertad significa el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oir”[8]; que la “humanidad y deshumanidad son continentes en cuyos territorios se configuran diferentemente nuestros atlantes individuales”[9]; o que se decía que Orwell no podía sonarse la nariz sin moralizar sobre las condiciones en la industria del pañuelo.
No hay duda de que el nombre de Orwell, como el rostro del Gran Hermano, no podrá ser borrado de la lista de los mejores autores del siglo XX.
Claridad de signos, construcción geométrica de lo fantástico, conciencia pública, son parte de los valores positivos que Orwell afirma en su topología literaria.
Él mismo pregonaba: “el ejercicio literario es ir imaginando una historia continua de mí mismo, una especie de diario que sólo existía en la mente”[10]. Su construcción lírica, emocionante y llena de aventuras determinadas por la época en que vivió, es parte de ese sacrificio por mantener la propia integridad estética e intelectual en un mundo en el que se cree que el lenguaje y la historia sostienen un problema ante la veracidad.
Violentando todo arquetipo literario, nos dice: “escribir un libro es una lucha horrible y agotadora, como una larga y penosa enfermedad. Nunca debería uno emprender esa tarea sino le impulsara algún demonio al que no se puede resistir y comprender. Por lo que uno sabe, ese demonio es sencillamente el mismo instinto que hace a un bebé lloriquear para llamar la atención. Y, sin embargo, es también cierto que nada legible puede escribir uno si no lucha constantemente por borrar la propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana. No puedo decir con certeza cuál de mis motivos es el más fuerte, pero sé cuáles de ellos merecen ser seguidos. Y volviendo la vista a lo que llevo escrito hasta ahora, veo que cuando me ha faltado un propósito político es invariablemente cuando he escrito libros sin vida y me he visto traicionado al escribir trozos llenos de fuegos artificiales, frases sin sentido, adjetivos decorativos y, en general, tonterías”[11].
Es patente, a lo largo de su oficio literario, que la fe de Orwell, es la de aquel que vive en la literatura. Orwell, jamás pretendió hacer profecías ni predicciones; simple y sencillamente quiso imaginar cuál sería el futuro que viviría la generación de su hijo adoptivo: Richard Horatio Blair. Quiso prevenirle, como ahora nos previene que sin fe, el mundo es inamovible, falto de sustancia, deshonroso, indigno de ser vivido; porque sin fe, la dignidad humana seguramente, será traicionada.
[1] ORWELL, George, Por qué escribo. Texto publicado originariamente en la revista Gangrel No. 4, verano de 1946. Traducción de Rafael Vázquez Zamora en A mi manera, Ed. Destino, 1976.
[2] Ibidem.
[3] VERA, Juan Manuel, George Orwell. Artículo publicado en Iniciativa Socialista No. 59, año 2000-2001.
[4] CABALLERO, Antonio, George Orwell, un testigo del siglo XX. Verdades y mentiras. En Babelia. Diario El País, 20 de junio de 2003.
[5] MARTÍNEZ DE PISÓN, Ignacio, Compromiso con la verdad. En Babelia. Diario El País, 20 de junio de 2003.
[6] VERA, Juan Manuel, Op cit.
[7] GARTON ASH, Timothy, Por qué ser orwellianos. En Babelia. Diario El País, 20 de junio de 2003.
[8] BEDOYA, Juan, El gran fustigador del tancredismo universal. En Babelia. Diario El País, 20 de junio de 2003.
[9] CALVINO, Italo, Mirando hacia un futuro de tinieblas. Traducido por Aurora Cantero y publicado en la revista Quimera, en 1981.
[10] ORWELL, George, Op cit.
[11] Ibidem.

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