viernes, abril 25, 2008

Lectores y libros


EL pasado miércoles se celebra un aniversario más de la muerte de Cervantes y en coincidencia con ese día se celebra el Día del libro, que aprovecha las vísperas y ferias para promocionar las obras impresas de toda suerte de escritores. Los descuentos, la presencia de escritores en las librerías o en otros actos, las iniciativas desde las administraciones o empresas privadas se encaminan a un único fin, la adquisición y lectura de libros para conjugar ocio y cultura. Estas campañas logran sus efectos inmediatos, aumentan las ventas porque a pesar de la crisis del sector, lamento recurrente de editores y libreros, los datos contradicen estas dificultades: setenta mil títulos publicados en 2007 y más de 18.000 editoriales con actividad en el mismo año, con un mercado que se expande por América, aunque menos de lo que debiera en Estados Unidos a pesar de las múltiples acciones para incentivar la difusión del español en esa nación. Sin embargo, el incremento de ventas, la presencia de escritores en medios de comunicación o la mayor implicación de las administraciones, tanto en la difusión y fomento de la lectura como en niveles educativos, no se corresponde con dos lacras que se arrastran en España: el descenso de lectores y de comprensión lectora y los muchos años transcurridos sin la aparición de una gran novela, por centrar en el campo de la narrativa esta carencia.
El primero de los problemas señalados se concreta en una realidad palpable en la vida cotidiana, las generaciones más jóvenes pierden capacidad para comprender y analizar textos, al tiempo que se expresan con una mayor pobreza en construcciones y vocabulario en el lenguaje oral o escrito. Esta situación que se detecta, lo concretan los informes PISA, elaborados con alumnos de bachillerato, que sitúan a España en el lugar 35 en una clasificación total confeccionada entre 57 países, agravada esta circunstancia por el retroceso, porque en los más de 15 años transcurridos desde que se elaboran estos informes, España desciende en su nivel de lectura. El problema inquieta a la comunidad educativa que intenta, sin éxito, mejorar la capacidad compresiva de los escolares. El fracaso de las numerosas actuaciones promovidas desde la administración, quizás, tenga su origen en que el problema se detecta tarde, cuando el alumno ya ha adquirido hábitos contrarios a la lectura, y en su carácter paliativo sin combatir las causas que originan estas carencias.
Entre las causas que impiden la adquisición de hábitos lectores, se incide en denunciar la abundancia de juegos electrónicos que absorben el tiempo y la cabeza de los jóvenes, impidiéndoles dedicar tiempo a disfrutar con la lectura de un buen libro, pero no se analizan los inconvenientes derivados de esta cultura mecánica y visual que se concreta en la pérdida de la estructura de la causalidad, necesaria para la comprensión y la expresión, y en la desmotivación ante el esfuerzo. Basta escuchar argumentaciones de los más jóvenes para percibir carencias en el razonamiento. El hincapié en los juegos electrónicos olvida otra dificultad para la iniciación en prácticas lectoras, el ruido: los momentos de soledad o de silencio son indispensables para saborear el placer de un buen libro. Si esta causa se puede relacionar con la menor dedicación de los padres a sus hijos, otra atañe directamente al sistema educativo: la falta de acuerdo entre los dos grandes partidos políticos en materia educativa, las reformas y contrarreformas no permiten examinar los resultados de los contenidos curriculares, ni ayudan a los profesores a centrase en métodos que permitan mejorar la capacidad de comprensión de sus alumnos.
Dejando a un lado estas cuestiones que atañen a los más jóvenes, los adultos cada vez compran más según las estadísticas, aunque la relación de libros vendidos indiquen la primacía de los bestsellers. Tal vez esta inclinación lectora y las exigencias e indicaciones de las editoriales a los escritores estén en la base de la sequía de grandes libros que padecemos en los últimos años y en la falta de novelistas que cojan el relevo de los que se nos han ido o se nos están marchando.
José Gabriel
Antuñano

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