viernes, abril 25, 2008

Los libros sí encontraron quien los lea


Sonrisas, lágrimas y caras de asombro se vieron en la actividad realizada por Planeta y EL TIEMPO.

"Cómo no iba a correr a coger el libro, no ve que a mí me encanta leer y me daba miedo que otra persona lo cogiera".

José Alfonso Cruz estaba levantando los toldos de la carpa en la que vende cinturones, mochilas y llaveros cuando se dio cuenta de que muchas personas a su alrededor estaban mirando unos libros y comentando entre ellas.

Se concentró en el asunto y vio que en diferentes bancas del parque, en el que vende a habitantes del barrio Kennedy, había algunos ejemplares abandonados. Pegó el 'pique' y les ganó a otros que también se habían percatado.

"Me encanta Coelho, pero leo lo que llegue a mis manos. Creo que ya me leí todos los del programa Libro al Viento; por mí leería siempre pero no tengo cómo comprar libros".

Ese fue, precisamente, el argumento más común que comentaron vendedores ambulantes, meseros de restaurantes, estudiantes, amas de casa, celadores... en fin todas aquellas personas que no dudaron un minuto en tomar uno de los libros que aparecieron ayer en la ciudad, literalmente, abandonados.

Editorial Planeta donó 5.000 libros para realizar, con la Dirección de Responsabilidad Social de EL TIEMPO, la actividad 'Bajo el signo de LEO'. La idea era (y sigue siendo) que quienes los encontraran los tomaran, los leyeran y cuando terminen la lectura los dejen abandonados en algún punto de la ciudad o los compartan.

Fue tal la acogida del proyecto, que EL TIEMPO buscó en su almacén 2.000 ejemplares más para dar a la ciudad este regalo en el Día Mundial del Libro.

Por toda Bogotá

La jornada comenzó a las 6:30 de la mañana, cuando un grupo de jóvenes comenzó a recorrer la ciudad dejando ejemplares en los lugares más curiosos.

"Al principio no sabía si tomar el libro o no porque me pareció que alguien lo había dejado, pero después me acordé que habían hablado de una campaña, y además habían dicho que los colombianos no leemos ni dos libros al año, entonces, me atreví y lo cogí".

Alcira García, una mesera de la rotonda de comidas de la Plaza de Mercado del Restrepo, estaba dichosa con la obra que tenía en sus manos: El gran laberinto, del escritor español Fernando Savater . "Me parece haber oído sobre él, pero no estoy segura".

En la Plaza de Bolívar una mujer no dudó en besar a las personas que dejaron el libro que ella adoptó, entre sollozos les dijo que era el mejor día de su vida.

Luz Restrepo no se atrevió a abrazarlos ni besarlos, pero les pidió entre lágrimas que le escribieran un mensaje para su hija de 17 años, que ama la lectura y está postrada en una cama por una parálisis y por las consecuencias de un intento de suicidio.

"Yo vivo de lo que me da la gente y no tengo cómo comprarle un libro, y a ella le encanta leer".

Para los hijos, los nietos o algún conocido interesado en la lectura, también tomaron los libros aquellos que tuvieron la suerte de toparse con un ejemplar.

Ejecutivos, funcionarios de entidades públicas y universitarios del norte de Bogotá también se encontraron en su camino con libros que se apresuraron a adoptar.

Treinta títulos de buena literatura están ahora en manos de todos ellos y, seguramente, habrá muchos más porque varios escritores enviaron mensajes durante el día para sumarse a la actividad con obras de su autoría.

La ciudad será contada en Citytv

Desde hoy, día en que Bogotá deja de ser Capital Mundial del Libro, 'La ciudad jamás contada' llega a Citytv. Este proyecto de la Dirección de Responsabilidad Social de EL TIEMPO será narrado desde sus protagonistas en un lenguaje urbano y documental.

'La ciudad jamás contada' permitió que ciudadanos del común relatarán sus historias en las páginas de EL TIEMPO el año pasado.

Diferentes aspectos de este ejercicio serán abordados en los diez capítulos del especial, que será transmitido después de 'Citynoticias' de las 8 pm.

ÁNGELA CONSTANZA JEREZ
EDITORA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL

Lectores y libros


EL pasado miércoles se celebra un aniversario más de la muerte de Cervantes y en coincidencia con ese día se celebra el Día del libro, que aprovecha las vísperas y ferias para promocionar las obras impresas de toda suerte de escritores. Los descuentos, la presencia de escritores en las librerías o en otros actos, las iniciativas desde las administraciones o empresas privadas se encaminan a un único fin, la adquisición y lectura de libros para conjugar ocio y cultura. Estas campañas logran sus efectos inmediatos, aumentan las ventas porque a pesar de la crisis del sector, lamento recurrente de editores y libreros, los datos contradicen estas dificultades: setenta mil títulos publicados en 2007 y más de 18.000 editoriales con actividad en el mismo año, con un mercado que se expande por América, aunque menos de lo que debiera en Estados Unidos a pesar de las múltiples acciones para incentivar la difusión del español en esa nación. Sin embargo, el incremento de ventas, la presencia de escritores en medios de comunicación o la mayor implicación de las administraciones, tanto en la difusión y fomento de la lectura como en niveles educativos, no se corresponde con dos lacras que se arrastran en España: el descenso de lectores y de comprensión lectora y los muchos años transcurridos sin la aparición de una gran novela, por centrar en el campo de la narrativa esta carencia.
El primero de los problemas señalados se concreta en una realidad palpable en la vida cotidiana, las generaciones más jóvenes pierden capacidad para comprender y analizar textos, al tiempo que se expresan con una mayor pobreza en construcciones y vocabulario en el lenguaje oral o escrito. Esta situación que se detecta, lo concretan los informes PISA, elaborados con alumnos de bachillerato, que sitúan a España en el lugar 35 en una clasificación total confeccionada entre 57 países, agravada esta circunstancia por el retroceso, porque en los más de 15 años transcurridos desde que se elaboran estos informes, España desciende en su nivel de lectura. El problema inquieta a la comunidad educativa que intenta, sin éxito, mejorar la capacidad compresiva de los escolares. El fracaso de las numerosas actuaciones promovidas desde la administración, quizás, tenga su origen en que el problema se detecta tarde, cuando el alumno ya ha adquirido hábitos contrarios a la lectura, y en su carácter paliativo sin combatir las causas que originan estas carencias.
Entre las causas que impiden la adquisición de hábitos lectores, se incide en denunciar la abundancia de juegos electrónicos que absorben el tiempo y la cabeza de los jóvenes, impidiéndoles dedicar tiempo a disfrutar con la lectura de un buen libro, pero no se analizan los inconvenientes derivados de esta cultura mecánica y visual que se concreta en la pérdida de la estructura de la causalidad, necesaria para la comprensión y la expresión, y en la desmotivación ante el esfuerzo. Basta escuchar argumentaciones de los más jóvenes para percibir carencias en el razonamiento. El hincapié en los juegos electrónicos olvida otra dificultad para la iniciación en prácticas lectoras, el ruido: los momentos de soledad o de silencio son indispensables para saborear el placer de un buen libro. Si esta causa se puede relacionar con la menor dedicación de los padres a sus hijos, otra atañe directamente al sistema educativo: la falta de acuerdo entre los dos grandes partidos políticos en materia educativa, las reformas y contrarreformas no permiten examinar los resultados de los contenidos curriculares, ni ayudan a los profesores a centrase en métodos que permitan mejorar la capacidad de comprensión de sus alumnos.
Dejando a un lado estas cuestiones que atañen a los más jóvenes, los adultos cada vez compran más según las estadísticas, aunque la relación de libros vendidos indiquen la primacía de los bestsellers. Tal vez esta inclinación lectora y las exigencias e indicaciones de las editoriales a los escritores estén en la base de la sequía de grandes libros que padecemos en los últimos años y en la falta de novelistas que cojan el relevo de los que se nos han ido o se nos están marchando.
José Gabriel
Antuñano